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jueves, 26 de enero de 2017

La bombacha mojada

            Le pregunte a Julia a qué hora volvía mamá. No me contestó, no sé si porque estaba concentrada persiguiendo a la cucaracha con la zapatilla en la mano o porque no me había escuchado. Precisar el  número de empleadas  que contrató mi madre en casa, es como contabilizar los granos de sal que hay en el mar. Pero era Julia la de ese día, lo recuerdo perfectamente. Imposible olvidarlo.
            Esperé unos minutos hasta que finalmente la zapatilla dio en el blanco. Un golpe seco y mudo. Tenía una habilidad inigualable para esas tareas desagradables que se van postergando en la casa como destapar el inodoro, atrapar lauchas, creo que por eso duró tanto, mi madre que no era por cierto una ama de casa convencional, tolero  la falta de esmero en otros quehaceres domésticos. Cuando Julia terminó de dar un santo sepulcro a su víctima insistí con la pregunta, Julia solo levantó una ceja y me miró. En ese instante comencé a darme cuenta que las cosas no estaban bien y lo mejor era no hacer más preguntas. Yo conocía esa mirada feroz, era la misma con que Julia nos miraba cuando mamá se iba, la misma con la que  había mirado también unas horas atrás a mi hermano en la habitación contigua. Después de de todo pensé que mamá volvería, nunca sabíamos cuando, pero siempre volvía. En general ya estábamos los dos dormidos cuando mamá llegaba y a mí me generaba un alivio, yo también como ella lo hacía con Julia, soportaba ciertos descuidos que mi madre propiciaba  o ausencias pronunciadas sin mucho justificativo  con tal que volviese. Que mi madre regresara  solo significaba que Julia se iría y eso era lo bueno.
            En verano los días eran más largos y el calor encima no era un buen ingrediente. En la tele habían dicho que había que tener cuidado con algunas cosas de la casa porque el calor las inflamaba, que la gente anda más nerviosa, que manejan y andan  como locos. Una vez intenté decirle a mamá que mejor ir a una colonia de verano o a la casa de los abuelos pero me dijo que mejor nos quedáramos en casa porque  Julia la dejaba tranquila. Eso decía ella porque Julia no la miraba así a ella.
            Desde  que Julia había venido a casa no volaba ni una mosca, eso había que reconocerlo. Desde su llegada todo era en silencio,  hacia todo en  el mayor mutismo, hasta esas cosas que aun con el mayor esmero posible implican generar algún sonido.
            Con mi hermano nos acostumbramos con el tiempo a hablar tan bajito que mamá pensó un día que nos volvimos roncos. Habíamos incluso ideado un idioma gesticular para contarnos cosas o incluso advertirnos de ciertas cuestiones  para quedar a resguardo de los oídos de Julia. Por suerte a mi no me daba por gritar, como a mi hermano esa tarde cuando se asustó con la cucaracha. Cuando me venía el miedo, no más me hacía pis en silencio, después me cambiaba la bombacha y  limpiaba  todo sin decir nada por las dudas el olor me delatara.
            Ya hacia un rato que estaba ahí parada, en la cocina mirando por la ventana esperando seguramente apareciera mi madre. Disciplinada en el silencio era capaz de oír el auto a unas cuadras incluso era capaz de escuchar crecer el pasto en la vereda de casa.
            Unos segundos después desde allí constaté que mi hermano ya no respiraba, sigilosamente empapé toda la bombacha.

Corina Vanda Materazzi


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