Seguidores

martes, 24 de enero de 2017

Culpables

Mención
 Concurso Internacional -Cuentos cortos
 Revista Guka
Auspiciada por la Biblioteca Nacional
2016


Abro los ojos, pero todavía no puedo ver ni recordar nada. Boca abajo, la cara contra la almohada. Palpo el hierro frío de la cabecera y registro sus molduras como si explorase  los límites de un cuerpo foráneo.
Hay zonas de luz amortiguadas, las manchas claras de las cortinas, la forma de la puerta, la claraboya del techo que me mira, como espiando. Rozo la pared con los dedos. Oigo la fuerza del viento contra el follaje de los árboles y me agrego al mundo insoportable.
Ahora me acuerdo, el silencio anterior al horror: la morgue.
Repaso la noche anterior: la cena preparada, la comida fría, como su cuerpo en el asfalto de la madrugada.
¿Por qué no le presté el auto?
Enciendo la luz del velador, veo el vaso y el whisky. Bebo despacio para permitirme el privilegio de la serenidad y la posibilidad de que todas las cosas tengan una prematura distancia muy semejante a la posibilidad cierta del olvido.
Bebo despacio en la madrugada como quien prepara y administra en soledad una medicina o la dosis justa de veneno para lograr el suicidio: el vaso entre los dedos, la botella sobre la mesa, el filo curvo del vidrio entre los labios, el transito del whisky desde el paladar a la conciencia.
Apenas puedo establecer una cronología precisa de las cosas que hice y vi mientras el alcohol se escurre adentro.
Fogonazos, palabras en el aire después del llamado de la comisaría.
Como en las películas, sobre una mesa de piedra esperan el reconocimiento.
Un hombre con delantal y una carpeta me hizo pasar.
No había dudas era él: los dedos largos de la mano, el tatuaje en la espalda, la cicatriz debajo del mentón del día que se puso los patines, el lunar en la planta del pie.
No sé por qué le abrí los ojos .Sus pupilas estaban tan fijas en mí, denunciantes.
“Si de algo sirve para aliviar este dolor, le aseguro que el arma cortante lo mató al instante”, dijo el forense.
La conversación telefónica con Ernesto desde Córdoba. Sus reproches, el dedo acusador que salía por el auricular, disparando culpa, cargos…me pregunto si serán infundados.
¿Debería haber aceptado el golpe de timón que me propuso hace unos años frente a la inseguridad de Buenos Aires?
Las cosas ocurrieron de un modo que ya he renunciado a ordenar o explicar. Recurro a las supersticiones para fingir que existen en los actos de ayer un orden diferente. Intento recobrar uno por uno los menores sucesos, mordida por la urgencia de no rendir al olvido ni uno solo de los gestos casuales, que más tarde en el recuerdo seguramente me relumbrarán como signos que anidarán aun más remordimiento.
Me levanto y corro la cortina. Miro el jardín donde hasta no hace tanto Martín se columpiaba.
Salgo de mi habitación y voy por el pasillo. Me paro frente a la puerta de su cuarto.
Quiero detenerlo ahora, que no vaya a ver el Clásico .Quiero que elija otra calle para volver a casa o que tarde en encontrar la salida de la cancha. Que se encuentre con un conocido que lo demore o que haya decidido ir a tomar algo. Que vea una chica atractiva y quiera pedirle el teléfono.
Que huya de esta casa y que no vuelva para acusarme.

Corina Vanda Materazzi








No hay comentarios:

Publicar un comentario