Mención
Concurso Internacional -Cuentos cortos
Revista Guka
Auspiciada
por la Biblioteca Nacional
2016
Abro
los ojos, pero todavía no puedo ver ni recordar nada. Boca abajo, la cara contra
la almohada. Palpo el hierro frío de la cabecera y registro sus molduras como
si explorase los límites de un cuerpo
foráneo.
Hay
zonas de luz amortiguadas, las manchas claras de las cortinas, la forma de la
puerta, la claraboya del techo que me mira, como espiando. Rozo la pared con
los dedos. Oigo la fuerza del viento contra el follaje de los árboles y me
agrego al mundo insoportable.
Ahora
me acuerdo, el silencio anterior al horror: la morgue.
Repaso
la noche anterior: la cena preparada, la comida fría, como su cuerpo en el
asfalto de la madrugada.
¿Por qué
no le presté el auto?
Enciendo
la luz del velador, veo el vaso y el whisky. Bebo despacio para permitirme el
privilegio de la serenidad y la posibilidad de que todas las cosas tengan una
prematura distancia muy semejante a la posibilidad cierta del olvido.
Bebo
despacio en la madrugada como quien prepara y administra en soledad una
medicina o la dosis justa de veneno para lograr el suicidio: el vaso entre los
dedos, la botella sobre la mesa, el filo curvo del vidrio entre los labios, el
transito del whisky desde el paladar a la conciencia.
Apenas
puedo establecer una cronología precisa de las cosas que hice y vi mientras el
alcohol se escurre adentro.
Fogonazos,
palabras en el aire después del llamado de la comisaría.
Como
en las películas, sobre una mesa de piedra esperan el reconocimiento.
Un hombre
con delantal y una carpeta me hizo pasar.
No
había dudas era él: los dedos largos de la mano, el tatuaje en la espalda, la
cicatriz debajo del mentón del día que se puso los patines, el lunar en la
planta del pie.
No
sé por qué le abrí los ojos .Sus pupilas estaban tan fijas en mí, denunciantes.
“Si de
algo sirve para aliviar este dolor, le aseguro que el arma cortante lo mató al
instante”, dijo el forense.
La
conversación telefónica con Ernesto desde Córdoba. Sus reproches, el dedo
acusador que salía por el auricular, disparando culpa, cargos…me pregunto si
serán infundados.
¿Debería
haber aceptado el golpe de timón que me propuso hace unos años frente a la
inseguridad de Buenos Aires?
Las
cosas ocurrieron de un modo que ya he renunciado a ordenar o explicar. Recurro
a las supersticiones para fingir que existen en los actos de ayer un orden
diferente. Intento recobrar uno por uno los menores sucesos, mordida por la
urgencia de no rendir al olvido ni uno solo de los gestos casuales, que más
tarde en el recuerdo seguramente me relumbrarán como signos que anidarán aun
más remordimiento.
Me
levanto y corro la cortina. Miro el jardín donde hasta no hace tanto Martín se
columpiaba.
Salgo
de mi habitación y voy por el pasillo. Me paro frente a la puerta de su cuarto.
Quiero
detenerlo ahora, que no vaya a ver el Clásico .Quiero que elija otra calle para
volver a casa o que tarde en encontrar la salida de la cancha. Que se encuentre
con un conocido que lo demore o que haya decidido ir a tomar algo. Que vea una
chica atractiva y quiera pedirle el teléfono.
Que huya
de esta casa y que no vuelva para acusarme.
Corina Vanda Materazzi
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