Hace frío. No es el frío de mi
pueblo, es otro frío.
Piensa
Raúl, mientras camina por centésima vez el perímetro de la celda. Perdió la
cuenta y no sabe si es de día o de noche. La puerta del habitáculo es ciega.
Por debajo entra un haz de una miserable luz artificial. A veces la luz se
apaga y Raúl se siente aliviado porque entonces la mugre y hasta el hedor desaparecen.
Ayer
manguerearon todos los calabazos y Raúl aun esta húmedo.
Recuerda
algunas cosas de un pasado que especula reciente. Retiene breves frases sin
estar seguro de quién las ha dicho. No sabe exactamente el tiempo trascurrido
de su detención. Podrían ser días, incluso semanas o quizás meses. Solo sabe
que hace aproximadamente quince kilos menos, que está allí.
Hace frío. No es el frío de mi
pueblo, es otro frío.
Raúl se
sobresalta con unos gritos. Su pulso se normaliza cada vez con mayor rapidez ante
cada nueva víctima que se oye desde el fondo del pasillo.
Raúl no
sabe cuándo le tocará que lo lleven allí, otra vez. Ahora solo le preocupa
encontrar un recuerdo para estar a resguardo, cuando el chasquido de los cables
de cobre suene, como las moscas ajusticiadas contra la luz violeta de la
carnicería de su pueblo. Busca, desesperadamente, un pensamiento para poder
darse cuenta de que está vivo.
Patean la puerta ciega de su celda y
Raúl decide imaginar otra vez una escena en su pueblo natal.
Lo
llevan a la rastra por el pasillo pero Raúl ya está sobre el camino de tierra
montado a su bicicleta rumbo al campito.
Tiran a
Raúl sobre la parrilla, boca arriba, pero él ya está en el baldío. Deja la bici
estacionada en una especie de zanja seca que está a la entrada.
Hay
gritos que amenazan:
- ¡Cantá
hijo de puta, cantá!
Raúl
solo oye la Radio AM de Don Pedro que está sentado en un banquito en la vereda,
a la sombra del tilo, escuchando el partido y al Negro Sosa que discute con el
Loco Germán porque este le birlo un acerito: “¡devolvelo hijo de puta, dámelo
ya!”.
El
crepitar de los cables pelados que se rozan, pero es Don Pedro que chista
porque no puede oír quien patea el córner en el minuto final.
Raúl
grita con la mordaza entre los dientes pero es el Braulio que ladra, el perro
de Doña Angélica, la viuda del fondo, que gruñe porque estos boludos están
haciendo un batifondo bárbaro.
El
crepitar nuevamente y chista La Tita con los ruleros puestos, que vive
enfrente, porque el pibe se le despierta de la siesta y no hay Cristo que lo
vuelva a dormir.
La
cara del hijo de puta del “Gato” y su aliento fétido a cigarro frío sobre la
cara de Raúl. Sin embrago no es el “Gato”, son los gemelos Taborda que están
haciendo fogata en el bosquecito, un poco más allá.
Quema
y duele, pero Raúl está en la parte baja del terreno con una sensación extraña,
gira hacia el vacío en un gran pozo viscoso por el cual se desliza sin poder
aferrarse a nada.
Hace frío. No es el frío de mi
pueblo, es otro frío.
El Gato
insiste para sustraerlo de lo que cree es un desmayo, con el puño cerrado
asestando en el pecho de Raúl, al grito de:
-¡Sos bosta,
zurdito de mierda!
Reitera
el golpe y agrega:
-Desde
que te chupamos no sos nada. Nadie se acuerda de vos. No existís. Nadie te
busca sorete.
Hace frío. No es el frío de mi
pueblo, es otro frío.
El agua
del pozo está fría pero no está gélida. Raúl está inmovilizado en el hoyo del
campito.
Se
asoma un rostro, que vocifera. Raúl hace un esfuerzo por construir la escena
del pueblo que se desmorona con el perfil del “Gato” a contraluz, con las manos
en alto asiendo una soga que coloca con movimientos precisos alrededor de su
cuerpo.
-Inyéctalo
y trasladá a este pendejo de mierda en el avión.
Raúl
está aturdido y con la visión confusa. Está ya en vuelo, pero hace un último
esfuerzo por regresar a su pueblo natal.
Ya no hay
gritos, solo viento y olor a río.
Siente la
soga alrededor de su torso desnudo y piensa que no puede ser otro que el Negro
Sosa que lo ha venido a rescatar.
Hace
frío, ahora, el mismo frío de mi pueblo natal.
Corina Vanda Materazzi
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