Oigo afuera el ruido de la ciudad que se apura a
empezar el día.
Percibo el peso de su cuerpo, sus caderas anchas,
el perfume frecuente y el roce de la musculosa raída en su piel, el pelo rubio
y opaco, desplegado sobre los hombros desnudos, el vientre agrio y tenaz. Los
muslos abiertos me apresan la cintura mientras me sacudo.
Abro los ojos para mirarla y los suyos se cierran
en un gesto obstinado de dolor. Desciende ahora, el pelo se le desborda por la
frente y le tapa los labios, me aparta las manos de los pechos y desciende
hasta morderme el cuello, hasta hundirse en mi ingle. Toma entre los dedos,
sacude y exige lo que busca, lo que crece y se afirma en sus labios. Ella lame
y apura y se levanta el pelo, limpiándose la boca, sin mirarme.
Caerá a mi lado.
¿Qué caricia puedo inventar?
Estira las sabanas para taparse las piernas.
Tapar, guardar, atascar, cerrar, envolver, cubrir,
esconder, disimular….el domingo y el asado con mis suegros.
Hunde la cara en la almohada. Huele la misma
oscuridad del silencio entre nosotros, de las palabras no dichas.
Estoy envenenado de costumbre, monotonía,
repetición, meseta, aburrimiento, hastío.
Pienso en un imán pero… nuestras conciencias están
secretamente divididas.
La miro vestirse desde el rincón ¿De dónde? ¿De la
culpa? ¿De la vergüenza? ¿Del olvido?
Se vuelve a mí con la cara alumbrada por el
cigarrillo. No es la misma mujer, vestida recobra el brillo con el disfraz
ceñido a la pollera.
Me levanto.
Mi cuerpo se mueve como un animal disciplinado de
un circo.
Entro a la baño.
Me ducho.
Me visto.
Veo en el espejo una batalla perdida de mi pelo,
veo la resignación de mi cabeza calva y que derribada empieza a no negar nada,
que se deja golpear sostenida por el nudo de la corbata negra esperando el
golpe de gracia que termine de sepultarme como un cobarde ahogado para siempre
en la arena de este circo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario